Oesterheld, el elegido
Ponele que volvés de
laburar. Es el atardecer, momento mágico del día. Venís por
De pronto, una bola de fuego cruza el cielo estrellado en dirección a la
capital, mas precisamente hacia Plaza de Mayo. Estas solo, completamente solo,
manejas y la muerte lame los vidrios de tu auto.
El Viejo, (como le decían cuando deambula de incógnito por las editoriales de Buenos Aires) Héctor Germán Oesteheld, sembró una semilla justo en medio de mi inconsciente, una sensación imborrable. La sensación que de repente, el mundo al que estoy acostumbrado se detiene y aparece el otro mundo. En un instante, reina el tiempo presente y desaparece la ilusión, entonces: atacas o escapas, no hay mas opciones. Una sensación apocalíptica con dos gustos, lo tangible, la casita en Vicente López y lo fantástico, el fin del mundo.
La sensación que sintieron los habitantes de estas tierras cuando llegaron los españoles a conquistarlos, esos tipos con armaduras resplandecientes, cruces, viruela y otros accesorios. ¿Qué sintió El Viejo cuando comprobó que el poder al que se enfrentaba era descomunalmente invencible, o Rodolfo Walsh cuando escribió la carta al monstruo y lo espero con una pistolita en la mano? La sensación apocalíptica del guerrero solitario que enfrenta a su fin.
Juan Salvo prepara un traje de goma y sale a la avenida Maipú. Nieva mortalmente sobre Buenos Aires. El último héroe del conurbano agrega una vuelta al drama del guerrero acorralado. Esta el fin del mundo y el, no hay nada mas. Sin embargo, él escapa, usa la maquina del tiempo, trasciende el fin y vuelve al principio antes de la invasión. Sobrevive, reencuentra a su esposa y retorna a su vida normal. El protagonista escapa por la salida de emergencia de la existencia, se trasciende a si mismo y reaparece en escena. Toda la historia es solo un decorado y atrás reina la eternidad. Y ese justamente es gran logro del último héroe del conurbano, sobrevivir al fin de los tiempos y volver a empezar de nuevo.
Hasta ahora, ninguna invasión alienigena fue tapa de los diarios y, al parecer, estamos mas solos que acompañados sobre este pequeño y redondo planeta que flota en una esquinita del cosmos. Durante toda la historia de la humanidad el único invasor de la tierra ha sido nuestro propio ego. Por acumular poder destruimos todo lo que se interpone en nuestro camino y, así estamos. El gran desafió que enfrentamos como raza es sobrevivir a nosotros mismos. Vivimos en la era del ego, miles de millones de personas en manos de unos pocos, muy pocos que toman decisiones por el resto. ¿No es ingenuo esperar que un solo elegido nos salve a los 7 mil millones de humanos? ¿Acaso nuestros héroes no viven dentro nuestro? Hay una puerta, delante de nuestros ojos, detrás de nuestra mente, pero es tan sencilla que no la podemos ver. El titán del barrio, el que vence al monstruo descansa en nuestra forma cotidiana de observar la vida pasar y no hacer nada. El héroe nunca vendrá, porque nunca se fue. Siempre estuvo acá, justo adentro y en cada uno de nosotros.
El Viejo, (como le decían cuando deambula de incógnito por las editoriales de Buenos Aires) Héctor Germán Oesteheld, sembró una semilla justo en medio de mi inconsciente, una sensación imborrable. La sensación que de repente, el mundo al que estoy acostumbrado se detiene y aparece el otro mundo. En un instante, reina el tiempo presente y desaparece la ilusión, entonces: atacas o escapas, no hay mas opciones. Una sensación apocalíptica con dos gustos, lo tangible, la casita en Vicente López y lo fantástico, el fin del mundo.
La sensación que sintieron los habitantes de estas tierras cuando llegaron los españoles a conquistarlos, esos tipos con armaduras resplandecientes, cruces, viruela y otros accesorios. ¿Qué sintió El Viejo cuando comprobó que el poder al que se enfrentaba era descomunalmente invencible, o Rodolfo Walsh cuando escribió la carta al monstruo y lo espero con una pistolita en la mano? La sensación apocalíptica del guerrero solitario que enfrenta a su fin.
Juan Salvo prepara un traje de goma y sale a la avenida Maipú. Nieva mortalmente sobre Buenos Aires. El último héroe del conurbano agrega una vuelta al drama del guerrero acorralado. Esta el fin del mundo y el, no hay nada mas. Sin embargo, él escapa, usa la maquina del tiempo, trasciende el fin y vuelve al principio antes de la invasión. Sobrevive, reencuentra a su esposa y retorna a su vida normal. El protagonista escapa por la salida de emergencia de la existencia, se trasciende a si mismo y reaparece en escena. Toda la historia es solo un decorado y atrás reina la eternidad. Y ese justamente es gran logro del último héroe del conurbano, sobrevivir al fin de los tiempos y volver a empezar de nuevo.
Hasta ahora, ninguna invasión alienigena fue tapa de los diarios y, al parecer, estamos mas solos que acompañados sobre este pequeño y redondo planeta que flota en una esquinita del cosmos. Durante toda la historia de la humanidad el único invasor de la tierra ha sido nuestro propio ego. Por acumular poder destruimos todo lo que se interpone en nuestro camino y, así estamos. El gran desafió que enfrentamos como raza es sobrevivir a nosotros mismos. Vivimos en la era del ego, miles de millones de personas en manos de unos pocos, muy pocos que toman decisiones por el resto. ¿No es ingenuo esperar que un solo elegido nos salve a los 7 mil millones de humanos? ¿Acaso nuestros héroes no viven dentro nuestro? Hay una puerta, delante de nuestros ojos, detrás de nuestra mente, pero es tan sencilla que no la podemos ver. El titán del barrio, el que vence al monstruo descansa en nuestra forma cotidiana de observar la vida pasar y no hacer nada. El héroe nunca vendrá, porque nunca se fue. Siempre estuvo acá, justo adentro y en cada uno de nosotros.
José Luis Gallego