martes, 20 de enero de 2015

Nació el disco del Mono
 Ilustraciones: Marina Zanollo
 Ediciones: Augusto Bevilaqcua

Cuentos de José Luis Gallego


Pedilo!!!

lunes, 24 de febrero de 2014

El MONO CUENTERO ELÉCTRICO ROJO es un programa de radio dedicado a los cuentos, mitos, leyendas, relatos, historias y otras cuantas sustancias como, música, olores, sabores y sensaciones diversas. El mismo, cuenta con tres años de edad, e inicia su cuarta temporada a partir de marzo. FM LA TRIBU, 88.7, miércoles de 24 a 1. Conducción José Luis Gallego, cuentero.

lunes, 20 de enero de 2014


 Felicidad, paz y amor para todos las compañeras y compañeros que, por un motivo u otro están privados de su libertad y, en la mayoría de los casos, de sus derechos más básicos. En calles, cárceles, hospicios, hospitales, escuelas y en otros espacios en manos de la violencia y la codicia. Libertad de pensamiento y sueños poderosos de imaginación. Esperanza, esperanza que es semilla de revolución, de justicia social. A todos los pibes de la 48, busco en es este rincón, expresar mi corazón. Prisioneros del consumo y la codicia de esta fechas seudomíticas, de garrapiñada y barba blanca de polo norte, de sombrilla, playa y culo, métansela en el orto, viva el baile, la risa y la alegría de los mas pobres, porque de no tener nada, se aprende a compartir todo. Plenitud en medio del calor. Risa en medio del llanto. Baile para espantar las penas!!!

Viva la vida (Carajo!)

martes, 8 de octubre de 2013



publicado por: http://soria-belen.tumblr.com/post/62659406702/tedx-rio-de-la-plata-

Tedx Río de la Plata 2013

Sábado 22.55 y me siento a escribir en orden de acomodar las ideas.
Como en remolinos, palabras y emociones se mezclan. Hoy fue un día TedX y me encuentro creando, o recreando o sólo recordando quizás.
Cuando llegué a casa de la Usina del arte decidí seguir el consejo de Anna Kazumi Stahl, sobre el silencio. Todo lo que se dijo en las charlas desde el viernes necesitaba encontrar su lugar en mi cabeza.
Y me senté entonces con el programa a recordar detalles de los oradores, revisar las notas que había tomado e intentar poner cosas juntas. Y si bien ya casi creaba una enciclopedia del Tedx Río de la Plata 2013 me faltaba algo. Qué era lo que más conmoción me había causado de TedX? Qué había puesto una sonrisa en mi cara desde el viernes a la tarde y no me dejaba dormir esta noche?
La impresión 3D al alcance de la mano? la analogía sensacional del hombre con la mosca? la explicación neurológica de la empatía? el pop art “latinoamericanizado”?!
Entre ese rewind de las últimas horas de repente lo sentí de nuevo y recordé exacto el momento en el que Tedx se volvió histórico para mí. Fue en la charla de José Luis Gallego, luego de que me permitiera sentirme tan identificada en su afán por unir el tramado social a través del conocimiento mutuo. Después de decir: yo también pensaba esto!!!  Emocionada hasta las lágrimas conociendo en carne propia la falta que hace esta conciencia social, me paro a aplaudir y fue justo justo ahí: cuando miro a mi alrededor … y no me encuentro sola. En frente,  debajo, a los costados había cientos de personas emocionándose de la misma manera, por el mismo incentivo, quizás o no con las mismas necesidades … pero a través del mismo sentimiento compartido.
ESO es lo más fascinante de TedX para mí. Que sea la prueba de que “podré ser un soñador (o emprendedor,o radical,o crítico,o político,o solidario) pero no soy el único”.

Sentí una ola. Una ola de almas que sienten, de mentes que atienden, observan, aman.
Como esas olas que surfean unos tipos muy locos. Surf de olas gigantes le dicen, es un deporte de riesgo, usás casco ponele, y hay que hacerse remolcar por un jetsky, porque si querés remarla solito, la ola te come, te morfa. Son olas de muchos metros, toneladas de agua. Realmente la naturaleza adopta formas maravillosamente creativas. Estas olas son un ejemplo y, los surferos temerarios, las doman, les hacen cosquillas.

Yo sentí una ola, de almas. Se notaba claramente la energía del público bajando por las butacas,  generando una pequeña gravitación, ponele, te levantaba, el ánimo por lo menos, las ánimas te levantaban el ánimo, se sentía.

Estar en esa pastilla roja, conectado, comunicado con el público de TEDx Río de la Plata, fue eso, reírse de la plata, de la ambición y conectar con el todo.

No me sentí un surfero, yo me sentí parte de una ola, y los sentí a todos. Fue una experiencia que me dejó atrapado en ese instante. Ahora puedo prender el proyector de mi memoria y retrotraer cada segundo, con su sonido, su mirada tal cual, en hd, con sonido pulenta.

Y eso quería compartir, mi sentir, porque me rebalsa, lo quiero guardar pero sigue leudando.

Y a su vez, el conjunto, le colectivo, el grupo. Cada charla, como una pastilla roja homeopática que abre en el interior de una situación: compré porotos negros, camino por el súper pensando en Narda, en el sistema despiadado, pero lo disfruto, como el último de los Brenman, intensamente, este momento que me dedico a escribirles, y en mi mente aparece la carita de Walter (pero con un cuerpo chiquito y una remerita que aclara: Bonus) y dice: “Estas doscientas sesenta y siete palabras para ser exactos”.
Hay monos de Eduardo por mi living que me interpelan en nombre de mi ex, y también está Diego, acompañándome en estos días, diciéndome al oído que se puede, a pesar de todo y de todos, ser uno mismo e, inevitablemente, incorporo a Oyola, y me río de todo, pero serio. Siento que esa es la forma: ser yo, mi propio couver, mi propia fonética. También esta Fernanda, dictándome estas oraciones. Encuentro y redescubro viejos juegos, comprendo el mensaje escondido detrás de los carteles de las avenidas. No se, Ted me dejó en este estado, y yo quería saber qué hago, con todo esto, porque es un montón. ¿Hay ART?

Los quiero, mucho no nos conocemos, pero los siento cerca, esa ola que fuimos está en un lugar de nosotros para siempre. Ha adquirido el carácter de eternidad, como un frasquito con arena de Mar del Plata, durará por siempre y esto, de mínima nos hace parientes de ese instante. Algo así como la familia de la ola TED, una ola de ideas, de transformación hacia un futuro mejor y más bello.
Gracias a todos: TEDx Río de la Plata, zarpado evento.
Gracias por cuidarnos mucho y por poner todo.
Shanti.


sábado, 31 de agosto de 2013













































Suite Babel
Café Vinilo Gorriti 3780
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: info@cafevinilo.com.ar

Viernes 6 y 13 de Septiembre a las 24 hs.
entrada: $50

martes, 13 de agosto de 2013

No hay nadie igual a vos




Ni a mi. Ni  a él.
Nadie.
7 mil millones de humanos y somos todos distintos.
Irrepetibles. Incomparables.
Diminutos, sobre un planeta junto a un sol,
que flota en una esquinita del océano cósmico.
Acá también es el infinito.

Mágico, no?

JLG

lunes, 5 de agosto de 2013

He visto a los niños correr


He visto a los niños correr
salir de a cientos de los edificios en ruinas.

















Caminé hasta la quema y doble a la derecha
y me encontré a los hombres malos.
Algunos usaban uniformes.

Les conté cuentos, les hablé efectivamente
como me gusta que me traten cuando
pregunto por una calle en medio de la niebla.

Finalmente, de los peores rostros,
de los más malos, aparecieron sus niños,
sus almas frescas, de rostros sucios y maltratados,
sus niños escapistas e invertebrados,
abandonados como Hansel y Gretel en
el bosque de la incertidumbre a la que llamamos
civilización.

He visto a los niños correr
Salir de a cientos de los edificios e ruinas.
Luchar contra la adversidad desarmadamente y
ganarle unos minutos al día.

Una bolsa de tolueno como objeto mágico y un fierro desarmado
como toda novia
pueden ser las mil caras del héroe.

Que avanza y,
de lo que queda,
construiremos entre todos
alguien para encerrar hasta que se convierta
en algo.

De manera
que
los malos queden
adentro.

Pero adentro de los malos
yo estuve hablando
y he visto sus almas frescas, de rostros sucios y maltratados,
sus niños escapistas e invertebrados,
abandonados,
solos entre la incertidumbre.

He visto a los niños correr.
Salir de a cientos de los edificios en ruinas.

José Luis Gallego
5/8/2013


sábado, 3 de agosto de 2013

nidra


Para empezar hay que empezar de cero
De la nada de la nada misma
De la profundidad sin espesor, de la no existencia.

Para empezar hay que empezar de un punto
De una pupila
De un punto desde donde arrastrar la noche


En una casa cualquiera, en un barrio común hay una nena,
No crece ni despierta porque es solo un sueño,
el sueño de una niña soñándose

Las hojas secas la cuidan como guardianes medievales
En esa casa siempre hay olor a maíz

Del ojo de de esa nena nacen soles en una casita que tiene humedad en el techo
Del ojo nace la humanidad  la casita y la humedad de las paredes
Del ojo de la niña que sueña.

Una sutil niebla


¿Somos nosotros quienes pensamos, o son los pensamientos quienes piensan a través nuestro? ¿Qué son los aparecidos que pueblan nuestras noches?

Ya casi nadie cree en fantasmas, espectros, muertos vivientes, hombres gaseosos y otros representantes del más allá.

Marcamos ese escepticismo llamándolos irrealidades. Sin embargo, como sociedad, creemos en las mentiras más descaradas mientras éstas sean aceptadas por la mayoría de nosotros, por ejemplo la utilización de los fondos del Estado por los gobiernos de turno, o falacias de esa índole. Es la masa, el gran conjunto, el que marca lo que es de creer y lo que no. Nuestro nivel o estadío de percepción es una aceptación cultural y social. Aquellos que escapen a este rango son considerados locos o videntes.

Pero, ¿de qué estamos hechos?, ¿tenemos alma?, somos sólo un conjunto químico de huesos, tejidos y electricidad o algo nos habita ¿Hacia dónde va esa esencia tan difícil de explicar, una vez que morimos?

Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte. Dejamos a nuestros parientes en cementerios desbordados y los abandonamos a su suerte. La ciencia, no ha logrado abarcar el misterio de la existencia y mucho menos comprender los diferentes estadios de la materia. En este sentido sólo algunas culturas han evolucionado considerablemente hacia el terreno del más allá.

EL Libro tibetano de los Muertos es una guía detallada para que quien abandona la vida, tenga cobijo en el mundo fenoménico. El Libro de los Muertos o Bardo Thodoll, según su prólogo, debe ser leído en vida y una vez acontecida la defunción, hay que re leerle al muerto cerca del oído para que se guíe.

Imaginen sólo por un momento que aquella voz de nuestra mente que nos habla constantemente desde que somos pequeños, no muere junto con nuestro cuerpo, sino que persiste, una sutil representación energética de nuestro organismo que sobrevive y piensa. Es decir, luego de morir despertamos a otra realidad que siempre negamos, ¿qué sentiríamos? ¿Acaso pánico de no poder comunicarnos con quienes nos lloran? ¿Terror de ser negados por quienes nos amaban? Vagando solitarios por cementerios repletos de seres abandonados. Ciudades habitadas por seres descarnados que deambulan ignorados por los vivos. ¿Somos nosotros quienes pensamos, o son los pensamientos quienes piensan a través nuestro? ¿Los espectros son mucho más sencillos, más sutiles, más cercanos que el imaginario del fantasmita con sábana blanca? Quizás los aparecidos, sólo son seres descarnados que sufren por no poder abandonar la gran ciudad de la razón, condenados a deambular junto a la materia muy lejos del paraíso. Sólo eso, seres gaseosos que sufren y deambulan.

jueves, 1 de agosto de 2013


José Luis Gallego


Narrador oral. Escribe cuentos y desarrolla el arte de relatar historias. Coordina talleres de cuenteros en la villa La Cárcova, para niños de 5 a 10 años y en el Centro Universitario San Martín en la Unidad 48 del Penal de José León Suárez. 

Hijo de padres provenientes de Galicia, nació en Buenos Aires y en séptimo grado descubrió el gusto por la cuentería gracias a su maestro Juan Marcial Moreno. Se recibió de Redactor publicitario, trabajó en una imprenta, y desde 2001 retomó el oficio con pasión.

Ha llevado espectáculos de títeres a hospitales y geriátricos del Conurbano como parte de la compañía Titiribióticos, y con El viajecito de Felipe. Colaboró y condujo varios programas de radio, en “El Mono Cuentero Eléctrico Rojo” participaron los integrantes de sus talleres.

Publicó “La existencia es mullidita” (2004) un libro de cuentos con soporte multimedia en donde se escucha su voz acompañado por efectos especiales, y “El Niño Miguita” (2008). Considera que la narración oral es una herramienta de igualación social y un estímulo para la creación.

miércoles, 31 de julio de 2013

Templanza y Ecuanimidad





A mi primo lo trajeron los padres, en un ciclomotor Juki, desde Comodoro Rivadavia. Estuvieron media hora y se volvieron; el tío dijo que no le gustaba manejar de noche (pero era de noche). Desde entonces, mi primo se quedó a vivir con nosotros, en Villa Ballester.

Al tiempo de llegar, a los diez minutos más o menos, mi primo me hizo notar que: despatarrado en el sillón había un ser detestable comiéndose la mochila de mi hermanito; y ahí me acordé, mamá nunca me había vuelto a hablar de Matías. Finalmente, yo me había olvidado que tenía un hermanito.

Desde ese momento noté la presencia del bicho en mi casa. Cada vez que giraba la cabeza hacia el noroeste, estaba ahí, comiéndose al perro o rascándose. Intenté hablar con mamá del tema y me pegó una cachetada en la nuca.

Fui a la iglesia más cercana, creo que son evangelistas pero no hablan nuestro idioma. Usan prendedores con la imagen de Juan Pablo II montado sobre un trasbordador espacial. Cuado entré, hicieron silencio y pegaron sus espaldas contra la pared. Después de un rato, finalmente, uno se acercó y me entregó un papelito escrito en español: “Construya una pared. No vuelva a este lugar jamás. TEMPLANZA.”

Cuando regresé a casa, la víctima era mi primo, entonces me decidí: él o yo. Construí la pared de ladrillo hueco, de un lado quedó el adefesio y del otro: mamá y yo. La vieja gritaba.

Perdí mi cama, dormí en la silla. Se me jodió el ciático. Una amiga de mamá me recomendó un médico chino. Lo fui a ver: mientras flagelaba a una iguana con un aparato eléctrico, para que corriera sobre un trotador de hámster ( la iguana no se movía, con cada descarga solo torcía la cabeza y miraba al médico). Me dió un frasquito envuelto en papel madera. No lo abrí hasta que estuve bien lejos de ahí, decía: ECUANIMIDAD. Aquella tarde, cuando volví a casa lo ví todo más claro. Mamá había roto la pared, aparentemente con una tostadora eléctrica. El bicho, todavía más obeso e inapropiado, estaba sentado a la mesa, también había dos miembros no evangelistas de los que hablan otro idioma y el médico chino, mi primo y hasta mi hermanito había vuelto. Comían canelones y miraban la carrera.

Entonces lo comprendí todo, la verdadera importancia radicaba en la atención que le dedicaba a mis parientes, y no en la moral de sus acciones. Lo mismo sucedía con mis pensamientos: el núcleo del conflicto no residía sobre el dilema de la veracidad o no, de las voces en mi mente; sino en observar aquellas expresiones amigablemente, como se observa a alguien que acaba de perder el tren: desilusionada y compasivamente.

José Luis Gallego





jueves, 25 de julio de 2013

soñar


Los sueños, los deseos,
son anteriores a todo, inclusive a la materia.
Dicen que lo primero que hizo Dios fue desear.
Los científicos hablan del Big Bang, mucha energía
que se condensó en rocas, planetas, estrellas.
Mis deseos son energía, de mi mente de mi corazón.
Elijo mis sueños y los deseo, si todo conspira benéficamente,
 el deseo sucede, toda la existencia esta involucrada en ese acto.
Pero hay gente que dice que esto es una idiotez, una utopía:
“que hay que concretar, no quedarse soñando”.
Pero hacer sin deseo, sólo por producción, por presión,
no es crear, sino sólo repetir hechos y objetos sin sentido,
sin sentimiento.
Para crear, es necesario desear, sentir, soñar...
Para ser pobre es necesario perder todos los sueños,
todos los deseos…

jlg

miércoles, 10 de julio de 2013



LAS CIUDADES INVISIBLES


Ahora mismo no soy más que un viajero. Mis títulos no obtenidos, las cicatrices que he observado por ellos y toda mi propia vida no valen más que el polvo de la suela de mis zapatos.

Dejé todos los libros en paz. Los innombrables, los incunables, los únicos y elegí éste, que se asomaba hacia mi mano con ímpetu de fuga: “LAS CIUDADES INVISIBLES” de Italo Calvino, a partir de entonces, soy un viajero que llega a este volumen como a una ciudad libro.

Entrar en “LAS CIUDADES INVISIBLES” es penetrar en una aldea que esta hecha del mismo Calvino: “Partiendo de allá y andando tres jornadas hacia levante” el lector se encontrará con un poblado que es escritor hecho casas, su cabeza es taberna, y el espacio hueco que dejó su cerebro envidiado de leyendas e imágenes abstractas es ahora una barra atendida por una señora gorda que derrama cerveza en vasos de vidrio. El brazo derecho en cambio, es una escuela a donde asisten los niños de “Italolandia”; los “calvinenses” viven en el pecho. En el corazón partisano combativo, hoy hay una capilla donde veneran  una estampita hecha de combinaciones de dioses posibles.

Entrar a LAS CIUDADES INVISIBLES implica vestirse de Marco Polo, de veneciano y de piloto largo, de botas hechas de cueros de bestias extintas, de caminantes que al cabalgar largamente por tierras agrestes les asalta el deseo de una ciudad y luego, al abandonarlas se llevaran de ellas sus formas impregnadas en relatos bordados de olores y leyes inertes en estas tierras de hoy en día.

Porque las Ciudades, si bien son de este mundo, no son de este mundo, ni de este tiempo, las ciudades son en su propio y personal aquí y ahora, y Calvino, que ya no es cubano, ni italiano, ni esposo de una argentina, ni escritor, ni revolucionario, sino solo viajero, observador, vestido de Marco Polo recorriendo los recovecos de ese universo mágico, que es un propia mente infinita proyectada en letras.

Recomiendo absolutamente “LAS CIUDADES INVISIBLES” de Italo Calvino, sus relatos breves son básicamente postales de mundos imposibles al ojo racional, dotados de una belleza de ingenio que embriagan al espectador de sutileza y fantasía, que es libertad para el alma y la mente, que es alimento, una fruta exquisita a la hora de educar, ya que luego de innumerables puertos, la experiencia del viajero, la de Marco Polo, la de Italo Calvino en definitiva es, humildad ante el misterio de la fantasía.

LAS CIUDADES INVISIBLES, Italo Calvino. Editorial Siruela

José Luis Gallego

lunes, 17 de junio de 2013


CONTAR CUENTOS ES UNIR MUNDOS





José Luis Gallego profundiza en el valor de la narración oral como herramienta de igualación social y estímulo para la creación. Coordina talleres de cuenteros en el Penal de Suárez y en la villa La Carcova.
El hombre se detiene y se sienta sobre una silla de madera; algunos lo esperaban y otros ni siquiera conocían su rostro. No viste disfraces ni porta otros artilugios para la fantasía más que su palabra. Y su historia pronto reverbera en ecos que toman formas propias por voces que aprendieron de él el arte del escapismo y la creación.
“Las palabras son puentes” es un verso del poeta Octavio Paz, aplicado también por Osvaldo Bayer al prologar un libro de relatos escrito por alumnos de la ESB 40, de José León Suárez. Y bajo ese mismo epigrama el narrador José Luis Gallego (42) tiende conexiones entre mundos, pequeños o inmensos, sustraídos de la realidad o fabulados bajo el inopinado calor de lo imposible, para expresar a través de cuentos que “todos los hombres son iguales” y que “hasta en los lugares más escasos de amor hay esperanza”.
“La narración oral  o la cuentería es un arte, un hecho estético y, ante todo, es contar historias con magia y con el otro. Si el tiempo pasa distinto, ahí hay un cuento; y si algo se transforma es que hay arte. La magia del cuentero es que sabe desaparecer para que aparezcan los cuentos”, define.
Gallego considera que escribió sus mejores relatos en séptimo grado, año en que el prestigioso narrador Juan Moreno fue su profesor por tres meses. Pero la simiente creativa durmió durante más de una década y lo atravesó hasta la regurgitación a los 32 años, cuando se desempeñaba como gerente de una imprenta.   “Estaba en un proceso de vender cosas, nada que ver, pero ahí vino un plus de creatividad, y en un mes salió todo lo que había guardado: escribí el libro La existencia es mullidita. A partir de ahí busqué a Moreno, junto a quien encontré un lenguaje y una forma de decir que me eran totalmente nuevas”, recuerda.
Desde hace tres años dirige un taller en la Unidad 48 del Penal de José León Suárez, en el espacio del Centro Universitario San Martín (CUSAM), adonde diez internos asisten voluntariamente. Entre ellos, Martín, el Chapu y Fabián narran cuentos de su autoría y reconocen el orgullo de haber descubierto el arte del cuentero para convertirse en voces para la trasmisión de relatos.
Gallego coordina a su vez por segundo año consecutivo encuentros semanales en la villa La Carcova, donde “los chicos se enganchan con los cuentos hasta puntos que parecían imposibles”.
Para él, “la palabra es como una herramienta, el medio es la imaginación y el puente tiene que ver con el afecto que viaja a través de la palabra y llega al otro. Cuando contás una historia en un lugar que está separado, una isla, una cárcel o una escuela, los lleva a una época donde los continentes estaban unidos y éramos todos iguales. Así las palabras establecen puentes”. “Al contar y escuchar cuentos las diferencias y la violencia quedan afuera, y en el interior sobreviven las personas originales con la esperanza”, dimensiona.
Actualmente también trabaja para el área de Cultura del Municipio, en el grupo Titiribióticos, en la compañía de cuenteros El viajecito de Felipe y en presentaciones independientes. Además proyecta la publicación de un libro de cuentos con ilustraciones de artistas (en www.cuentito.com está disponible su material y su agenda de funciones).
“Existen entornos donde hay mucha escasez de amor, y las palabras nos llevan a un lugar distinto. Es evasión o escaparnos, pero también es la necesidad de creer en el mundo mejor que queremos. La narración nos permite conectar mundos”, reflexiona.

Fuente: http://diarioecos.com.ar/2013/06/17/contar-cuentos-es-unir-mundos/

martes, 11 de junio de 2013


Robin Hood ha muerto
La justicia, ¿existe? o, ¿solo es una excusa para irnos a dormir cada noche y volver a levantarnos y volver a dormir, sin siquiera saber realmente quiénes somos?  La ley, ¿es solo la herramienta para cuidar los bienes materiales de los que más poseen? O ¿es una protección de las necesidades de los hombres y mujeres que pueblan este planeta? Robin Hood, el héroe arquetípico inglés, que robaba a los enriquecidos ilegítimamente y distribuía el botín entre los pobres y las víctimas, ¿fue un héroe o un delincuente común? El hábil arquero, defensor de los pobres y oprimidos, ¿hoy sería un "tumbero" huésped permanente del penal de Olmos?

"El Loco Jerry", la última reencarnación bonaerense del justiciero de Sherwood, controlaba la villa de Carlos Gardel, repartía el botín entre los más necesitados y no permitía que nadie robara en la zona. Jerry, también apodado "el justiciero" bautizado originalmente como José Sotelo murió en el 97, a los 31. A Jerry lo acribillaron, lo mató la competencia.
"El loco de la ametralladora", otro Robin aggiornado, que como Bailoretto y Mate Cosido contaba con la protección de los humildes y era considerado un "protector", "trabajaba" afuera de la Rana y, no permitía que otros delincuentes atacaran en la zona paupérrima de casas de chapa y pasillos entreverados de Villa Ballester. Al igual que Jerry, su colega justiciero del oeste, murió en los 90 y, también lo mató la competencia.

Estos dos ejemplos de delincuentes con estilo redimido son parte de la última estirpe de malhechores con código que poblaron nuestros arrabales. Ambos, murieron en la década bisagra que marcó la diferencia entre "los acuerdos" y el "vale todo".
A partir del gobierno menemista, quizás por el auge de la corrupción corporativa bonaerense, que luego de heredar la "picana" incorporó el "autofinanciamiento neoliberal"; se tergiversaron los rótulos que etiquetaban a los giles, los policías y a los ladrones. Desde ese momento, fueron los menores inimputables los que reemplazaron a las viejas generaciones de asaltantes a mano armada. Los transas, los dealers, conformaron la cúpula de los nuevos ricos marginales y,  cualquiera que se cruzó en su camino pasó a integrar la enorme fila de las víctimas.
A partir de entonces, se conformó un nuevo sistema complejo, donde resulta difícil dirimir a los culpables de los inocentes y a los delincuentes, de quienes nos deberían proteger. Lejos, muy lejos, quedaron los últimos bandidos con estilo propio, que a diferencia de los funcionarios corruptos o ladrones de guante blanco, no podían acumular bienes a su nombre y por lo tanto se  dedicaban a acumular "hechos", sin otros objetivos que el reconocimiento social y el coqueteo con su propia muerte.

miércoles, 5 de junio de 2013

El Niño que escupía sombras

Hubo un tiempo en que el niño que escupía sombras era sano y normal.



 Pero ese tiempo terminó la tarde en que su niñera lo observó comenzar a arquearse y, desde la faringe, provocar  un alarido de saliva, una tropilla de yeguas de baba, un espumarajo oscuro, que lanzó  desde sus labios azules hacia la mesita del comedor.

En el lugar donde estampó el gargajo, sucedió algo extraño. La zona se tiñó de niebla y, cuando la niñera la movió con su mano, observó un insólito y sombrío agujero de 5 centímetros de diámetro. Metió un pedazo de su almuerzo en ese agujero y automáticamente el pedazo de almuerzo desapareció.

 Entonces, miró al niño, y el niño le devolvió la mirada, y otro esputo afloró de sus fauces oscuras y estampó de lleno en el rostro de la sierva, cubriendo su cabeza con niebla y, luego..., oscuridad.

La niñera decapitada empezó a rotar como un trompo y a los tumbos salió de la residencia. La gente en el camino daba alaridos al verla.

Los rumores tejieron sobre el hogar del niño una frontera infranqueable.

Los padres, por supuesto, nunca regresaron.

 El niño sobrevivió solo. Cien años despúes del comienzo de la enfermedad, el niño oyó el sonido de tres golpes secos en la puerta de entrada, el mismo día exacto en que se cumplía el aniversario del  primer esputo. El niño, rengueando, fue a atender la puerta. Doblado y fatigado por el peso de las flemas que le hundían el pecho contra el suelo, abrió.

Frente a la puerta, se encontró con un inmenso colibrí de color verde brillante  del tamaño de un caballo. Cuando el inmenso colibrí estuvo frente al niño, le perforó un ojo con su pico filoso y  miles de sombras brotaron de allí. El colibrí las bebió con prisa hasta secar la negrura del pibito, dejándolo brillante, florido y tuerto. Luego, el pájaro salió volando y el niño tuerto y sano volvió a correr por la pradera de la infinitud, mientras el sol se abandonaba a la oscuridad y el reino de la noche se bebía la luz.


fin
José Luis Gallego

domingo, 2 de junio de 2013



Por qué escribo

Los médicos me diagnosticaron tres meses de vida, a lo sumo cuatro. Se trata de una verruga mental producto de la composición literaria y el abuso indiscriminado de ciertos hábitos, como imaginar. Me lo demostraron con una radiografía de mi intelecto que obtuvieron con una máquina gris.

-¿Usted por qué escribe? Debe dejar de hacerlo, su vida está en juego- me dijo un doctor indignado por la forma en que yo echaba a perder mi existencia.

Escuché que hay una manera de viajar hacia adentro, hacia el interior de uno mismo.
Fui a un brujo, el me enseñó, fumamos en una pipa hecha de hueso, creo que una mezcla de hongos y excremento de pájaro, pero no estoy seguro, cuando le pregunté el chamán, con acento alemán, dijo: “Para viajar adentro”.

Ir hacia el interior es volverse muy pequeño, insignificante, semejante, por lo que leí en un folleto, a viajar al espacio. En un instante estábamos en una nebulosa gris, por pasillos empapados, huecos y traslúcidos. Había olor a voces de mi infancia en las paredes.

Una ciudad hecha de cartílago y flema, triste y noctámbula oscura, gris, ámbar, de crecimiento espontáneo, sin economía, regida por un estado vital. Abrazados, con el brujo, caímos por túneles de ninfa. Llegamos a un órgano y de ahí en más discurrimos  meses entre mis propias entrañas hasta dar con el diagnóstico, mi berruga.

Durante la época que demoré en llegar, me he conocido a mi mismo, quizás como ningún otro lo halla hecho jamás; sin embargo, aunque parezca asombroso, proporcionalmente al tamaño, el tiempo también se relativizó. Toda mi estadía, casi un año completo, se resumió a unos minutos en el mundo exterior. Como de costumbre, nadie advirtió mi ausencia.

He visto cada rincón de mi organismo, he conocido a miles de seres pensantes, inteligentes, esclavos, que habitan en mí. Ellos viven en ciudades órganos.
Cada cuál semejante, comparada con el afuera inmenso, a una ciudad con sus habitantes y arquitectura incluida. También, en el contraste entre las vísceras, la comparación resulta elocuente. Por ejemplo, entre la inmensa ciudad Hígado, hecha de túneles interminables y habitantes de color café, que nunca discuten y siempre tratan a los invitados amablemente y, la metrópolis del Cerebro, dónde los impulsos eléctricos llevan a sus ciudadanos a velocidades impensadas en la zona hepática (donde nadie saluda a nadie); existe un océano de diferencias.

Fueron meses interminables. Me empujaron, me golpearon. Finalmente llegué a mi tumor intelectual. Una masa uniforme separada del resto de la civilización, como una carpa en un shopping. Dentro había muchas maestras como mi señorita de primer grado, tejían cosían, grababan, escribían, dibujaban, en papeles, las paredes. Todas trabajaban como los enanitos de Disney, todas iguales, uniformadas.

Les pedí que se detuvieran, me mostraron sus tatuajes, decían lo mismo que escribían en las paredes, todo el mensaje se reducía a una frase que no repetiré. Cada una de las maestras, la tenía tatuada en diferentes lugares del cuerpo y también bordada en sus ropas. Aunque no considero oportuno reproducir la oración que tallaban las liliputienses en mi organismo, referiré el recuerdo que generó, que mi cuerpo optara por autodestruirse.

Llovía, y todo era distinto en los días de lluvia, ciertas rutinas se veían forzadas a interrumpirse, dejando espacios abiertos por donde era posible observar la verdadera idiosincrasia de los espíritus. Nos sentamos en los bancos. A mi me tocaba con una nena. Personaje, malvado, despiadado y caprichoso de trenzas alineadas. La maestra pasaba por los bancos, controlando, celando, visteando, ostentando, con sus tijeras de podar niños, con sus garras pedagógicas, extensiones del sistema educativo. Sus botas eran de goma y no tenia sentimientos.

Aquella mañana húmeda siendo solo un niño, elaboré una estrategia, imperdonable. Desafiar a la muerte, aún vestida de señorita de primer grado o indiferencia; desafiarla escapando de sus dominios, escribiendo, creando, dejando marcas en la impermanencia, contando repitiendo guardando señales, garabatos en la cara a la eternidad, devoradora de vanidad, de individuos, de historias.


José Luis Gallego



Las chicas de la bañera

Sus cuerpos se descompusieron en horas, a tal punto que quedaron irreconocibles. Un inquilino fantasma y la muerte profunda que juega a las escondidas.





por
José Luis Gallego
Corría el año 1990 y yo apretaba mi dedo índice contra el timbre en una casa del barrio bonaerense de Florida, investigaba el caso de las Chicas de la Bañera. Una señora con los ojos repletos de venitas rojas salió a mi encuentro. La inquilina del departamento donde un par de años atrás, uno de los enigmas más complejos de la historia policial acosó el ingenio de los especialistas. La mujer desconfiaba, se le notaba en la forma de morder los labios para que no se escapen sus silencios. Finalmente accedió, como si de pronto hubiera reconocido en mis palabras un tono familiar y, rompiendo a llorar, me dijo: -"Necesito saber los nombres de las chicas muertas. Es que vamos a llamar a un cura, ¿sabe?. Acá las puertas se abren y se cierran solas…y ese frío en el baño, venga pase, pase".

La historia, también fue conocida como el caso de Las primas, dos jóvenes fueron halladas muertas en una bañadera. Sin ningún indicio o detalle que probara su asesinato. Una estaba acostada, la menor, 15 años, desnuda, la otra arriba. Juntas en la bañera,  la de arriba tenía 18 y estaba semi vestida con una bombacha y un chaleco de lana. Las dos muertas. Los cuerpos hinchados, cianóticos, el tejido necrótico e inflamado obligó a los bomberos a trabajar durante horas para desencajar los cuerpos. El nivel de descomposición era similar al que experimenta una cadáver luego de de estar dos meses en el agua.


Entonces, la mujer de los ojos rojos me invita a  entrar a la casa.

-"Yo no sabía que acá había pasado esto, cuando alquilé no me dijeron nada. A la noche se escuchan gritos y ese frió en el baño. Venga que le muestro".
Pero la puerta del baño estaba cerrada, la mujer golpeó y desde adentro una voz femenina dijo- "ocupado".

La inquilina me invita a sentarme. El departamento esta prácticamente igual, solo pasaron dos años, me da la sensación de aun escuchar a Enrique Sdrech hablar desde la tele: "lo más extraño de este caso es que cuando fuimos a hablar con la vecina de arriba nos enteramos que las chicas 48 hs antes  estaban vivas, le pidieron el teléfono a la locataria para llamar a un medico del hospital Vicente López, el doctor Brechiani, que efectivamente visito a las jóvenes. Es decir, a pesar de los signos de descomposición que databan de dos meses, apenas cuarenta y ocho horas antes estaban vivas."


El té estaba frió y las galletitas rebosaban de humedad, la mujer de los ojos irritados me miraba fijo. Observándola bien me doy cuenta que es mucho más joven de lo que aparenta, al final la ocupante del baño sale envuelta en una toalla sorprendiéndose de la presencia de un extraño en la morada, al tiempo que se escabulle ágilmente.


Entrar al baño y volver a observar los azulejos tristes me transportó de inmediato al olor de la pipa del comisario Torre, del servicio especial de investigaciones técnicas, con su bigote prominente diciendo: -Mamba Negra, pero ¿a usted le parece? Una Mamba Negra, estos periodistas no tienen cara"- Torre se refería a la hipótesis de la Mamba, pequeña serpiente de 20 cm proveniente de África cuyo veneno produce la descomposición acelerada de sus presas, una teoría un poco descabellada pero la única explicación a la extraña descomposición de los cuerpos. ¿Por qué las dos jóvenes estaban muertas? Y el estado de sus cuerpos, ¿porque estaban juntas en la bañera? Finalmente el caso fue archivado como muerte accidental por monóxido de carbono, sin embargo, las ventanas estaban abiertas. ¿Porque murieron? Los enigmas quedaron flotando en la impune atmósfera que cubre este tipo de sucesos y nadie volvió a preguntar por ellas.


La inquilina de los ojos irritados estaba aterrada, aseguraba que los espíritus de las jóvenes no estaban dispuestos a abandonar la morada. La muchacha que se escabulló del baño se presentó y corroboró el relato de su compañera, "las almas de las chicas penan por la casa, lloran de noche"-dijo.




-¿Puedo hablar con la locataria, la dueña a la que las chicas pidieron el teléfono aquella noche?- les pregunté. Ellas me señalaron la puerta de la dueña de casa. Golpeé la puerta y me atendió una viejita, cara de cascarrabias

-¿Periodista? No quiero hablar con periodistas, ¿quien lo dejo entrar?
-Las chicas me dijeron que usted me podía ayudar- me excusé.
-¿Que chicas?
-Las del departamento de abajo.
-Mentira, ¡voy a llamar a la policia!
-¿Cómo que mentira?, ¡ellas me abrieron!- insistí ofuscado y confundido.
-No hay ningunas chicas en el departamento, si nadie me lo quiere alquilar, ¿no se da cuenta? La gente tiene miedo, dicen que hay fantasmas.

Fue entonces que se me debilitaron las piernas, y me sentí algo mareado.

La mujer debe haberse dado cuenta, porque terminó de abrir la puerta y me ofreció sentarme. Luego me acompaño al departamento para verificar lo que ella decía.

La casa donde acababa de tomar un té con galletitas estaba vacía, no había muebles, ni siquiera cocina y, por supuesto, no había ningún rastro de la mujer de los ojos irritados. Afuera soplaba un viento cálido del norte que amagaba una tormenta que jamás llegaría, sin embargo en ese baño, en ese departamento de la localidad de Florida, el frió era intenso y permanente.

Volver al Blog Espectros Pulenta

sábado, 1 de junio de 2013


El extraño caso de la Lavandera de Brandsen

El Luciernaga. El accidente de trenes más trágico de la historia argentina. Una casa en medio de la nada, dos periodistas y una anciana. Si usted es sensible, mejor, no lea esta historia.

por
José Luis Gallego
La mujer era linda, pálidamente hermosa. Fumaba y se sentía amada junto a su taza de café. Su compañero la contemplaba y para ellos solo existía el presente. Junto a la mesa, en el bar del tren nocturno, desde la ventanilla, la pradera estrellada de la Pampa, era como un mar donde flotaba el futuro. Futuro finito, que no sucedió más allá de la curva, para ellos al menos. Final feliz. Ella lo besó y él no llegó a decirle lo que tenía guardado desde hacía tanto tiempo.
El Luciérnaga salió con 13 vagones desde Mar del Plata el día 7 de marzo de 1981, a las 23,55, con destino a Plaza Constitución. 803 pasajeros a bordo. A las 4,20 de la madrugada, cuando el tren volaba a 120 km por hora, de pronto, la suerte abandonó a los presentes en Brandsen, saliendo de una curva en el km 68, la locomotora chocó contra la punta de un vagón cisterna descarrilado unas horas antes. Al impactar, la máquina se clavó sobre su trompa y dio un tumbo, mientras los vagones se aplastaron unos sobre los otros, como palitos chinos. Lejos de toda ayuda posible, el inmenso sufrimiento provocado por tan terrible tragedia, acorraló a las almas de aquellos que finalmente perecieron.
Años después, por los campos de Brandsen, en la zona donde chocó el Luciernaga, se siguieron oyendo ruidos nocturnos de hierros retorciéndose y gritos desgarradores de mujeres y niños. Los vecinos hablaban de luces demoníacas sobre los campos en la zona del accidente ferroviario. Sin embargo, lo que producía más terror en las miradas de los lugareños era la mención del nombre de la “Lavandera”, una anciana que vivía sola frente al lugar del accidente. Apenas preguntábamos por ella o, desistían de seguir conversando, o bien, directamente, decían: “De eso no se habla”.

Miércoles 6 de 2007.
17:30hs. Brandsen, Buenos Aires.
El remis nos dejó como a 20 cuadras. Leandro puteaba, pero el tipo había sido claro: “Yo hasta ahí no voy”. Cuando llegamos atardecía. La propiedad no tenía vecinos, una acequia dividía la vereda de la calle de tierra. Desde la puerta de la casa hasta la vía, había unos 40 metros. Llegando, vemos ropas tiradas. Levanto un suéter, roto, engrasado. Y así, pantalones, camisas, zapatos, por todos lados. Junto a la puerta, una montaña de pilchas, casi deshechas.

Toco el timbre. Lea se aleja unos pasos y me dice: “Pise mierda”.  Entonces, sale la vieja. Flaca, viejita, arrugada. Las manos con espuma. Nos mira, como quien hace mucho que no espera a nadie y dice: “Pasen, pasen” con vos dulce, finita. La casa parecía derrumbarse sobre sí misma, inhabitable. Montañas de ropa sobre la mesa, las sillas, el piso, la mesada. “Disculpen” dice, “No queda lugar, hay mucho trabajo” e, inmediatamente, se pone a colgar una prenda sobre un perchero de pie.
A esta altura el aroma rotundo de la zapatilla de Lea se había vuelto molesto, vergonzoso. Sin embargo, esto parecía no importarle. Leandro andaba como tratando de oler algo, pero con los ojos. Finalmente lo descubrió. Con los ojos como platos me señalaba una foto sobre un altarcito lleno de velas. Una foto 10 x 15 de un conductor ferroviario, de pie, orgulloso, delante de la locomotora.
¿Quién es el de la foto? - Pregunté, al tiempo que prendí el grabador.
-Mi marido, Domingo Fernandez - dijo la viejita- el maquinista del Luciérnaga.
-¿Qué hace usted acá sola?- preguntó Lea.
-Siempre hay mucho trabajo, no es solo lavar, hay que secar, planchar, ¿vio? Una tiene hacerse cargo de todo- la última parte de la frase la dijo como rumiando el remordimiento, una piedra pesada colgando de su conciencia. Después, dejó de lavar, se secó sus manos en su delantal mugriento. Fue hasta el armario y guardó la ropa, con perchero y todo.

-¿Para quién lava toda esta ropa?-pregunté.
La vieja como respuesta, me miró, entrecerrando los ojos, con esa mirada sabia que solo tienen algunos ancianos, esa expresión que quiere decir algo así como: “No me preguntes cosas que ya sabes”. Después observó por la ventana  y, sonrió. Al seguir la mirada de la Lavandera, me di cuenta que estaba amaneciendo. Habíamos llegado como mucho hacia 20 minutos y, cuando tocamos el timbre, atardecía. Incongruente. Eso nos descolocó, como que perdimos el equilibrio. Sin embargo, lo que sucedió a continuación, fue lo que marcó nuestras retinas a fuego, con una imagen que nuestros subconscientes nunca pudieron borrar.

La fina luz residual del amanecer penetró por la ventana rota junto con la bruma del rocío matutino tiñendo todo de un naranja entrañable. Los primeros rayos iluminaron el techo, luego la espalda de la vieja y finalmente sus manos. La luz llenó la habitación contestando todas nuestras preguntas, inclusive aquellas que jamás pensamos en formular.
Advertimos  atónitos, que aquello que parecían percheros de pie, en realidad, eran personas. Lo que hacia la vieja era vestirlos, uno por uno. Estaban alineados y calladitos haciendo cola. Como los pasajeros que esperan para tomar un tren. Hombres, mujeres y niños pálidos, prácticamente gaseosos. Había muchos, porque la cola daba la vuelta entre nosotros y atravesaba la pared en dirección al sudeste. La vieja los vestía, uno por uno, con ropa limpia y, uno a uno, los iba acompañando hasta el fondo. Lo que parecía un armario, en realidad era una puerta, donde los pasajeros fantasmales se perdían en una luz incolora y misteriosa.

Inmediatamente, Leandro me agarró del saco y me sacó de ahí. Yo no se, si este pibe no me rescata, yo no se si volvía. Había empezado a sentirme tan cómodo. Esa pequeña mujer arrugada, condenada eternamente a limpiar, parecía tener, detrás de los barrotes de la culpa, un alma generosa. Me vinieron unas ganas irrefrenables de abrazarla. Sentí los brazos de mi compañero y de pronto estaba afuera.

Cuando salimos, la oscuridad se había adueñado de toda la luz, excepto, aquellos fotones que previsoras, guardaron las luciérnagas. Caminamos como sonámbulos hasta la ciudad. Esperamos hasta la mañana siguiente, en un banquito de la plaza, sin mirarnos y, mucho menos dirigirnos la palabra.


Esta historia surgió de un trabajo en equipo que empezamos con Leandro, algo así como un Cadáver Éxquisito. Yo tenía ganas de trabajar con el caso del Luciérnaga y a Lea se le ocurrió la idea de la ropa tirada. Finalmente uní las piezas y salió: la Lavandera de Brandsen.José Luis Gallego
fuente 24con