martes, 11 de junio de 2013


Robin Hood ha muerto
La justicia, ¿existe? o, ¿solo es una excusa para irnos a dormir cada noche y volver a levantarnos y volver a dormir, sin siquiera saber realmente quiénes somos?  La ley, ¿es solo la herramienta para cuidar los bienes materiales de los que más poseen? O ¿es una protección de las necesidades de los hombres y mujeres que pueblan este planeta? Robin Hood, el héroe arquetípico inglés, que robaba a los enriquecidos ilegítimamente y distribuía el botín entre los pobres y las víctimas, ¿fue un héroe o un delincuente común? El hábil arquero, defensor de los pobres y oprimidos, ¿hoy sería un "tumbero" huésped permanente del penal de Olmos?

"El Loco Jerry", la última reencarnación bonaerense del justiciero de Sherwood, controlaba la villa de Carlos Gardel, repartía el botín entre los más necesitados y no permitía que nadie robara en la zona. Jerry, también apodado "el justiciero" bautizado originalmente como José Sotelo murió en el 97, a los 31. A Jerry lo acribillaron, lo mató la competencia.
"El loco de la ametralladora", otro Robin aggiornado, que como Bailoretto y Mate Cosido contaba con la protección de los humildes y era considerado un "protector", "trabajaba" afuera de la Rana y, no permitía que otros delincuentes atacaran en la zona paupérrima de casas de chapa y pasillos entreverados de Villa Ballester. Al igual que Jerry, su colega justiciero del oeste, murió en los 90 y, también lo mató la competencia.

Estos dos ejemplos de delincuentes con estilo redimido son parte de la última estirpe de malhechores con código que poblaron nuestros arrabales. Ambos, murieron en la década bisagra que marcó la diferencia entre "los acuerdos" y el "vale todo".
A partir del gobierno menemista, quizás por el auge de la corrupción corporativa bonaerense, que luego de heredar la "picana" incorporó el "autofinanciamiento neoliberal"; se tergiversaron los rótulos que etiquetaban a los giles, los policías y a los ladrones. Desde ese momento, fueron los menores inimputables los que reemplazaron a las viejas generaciones de asaltantes a mano armada. Los transas, los dealers, conformaron la cúpula de los nuevos ricos marginales y,  cualquiera que se cruzó en su camino pasó a integrar la enorme fila de las víctimas.
A partir de entonces, se conformó un nuevo sistema complejo, donde resulta difícil dirimir a los culpables de los inocentes y a los delincuentes, de quienes nos deberían proteger. Lejos, muy lejos, quedaron los últimos bandidos con estilo propio, que a diferencia de los funcionarios corruptos o ladrones de guante blanco, no podían acumular bienes a su nombre y por lo tanto se  dedicaban a acumular "hechos", sin otros objetivos que el reconocimiento social y el coqueteo con su propia muerte.

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